En la pasada edición de Cannes, la película mexicana Año bisiesto obtuvo la Cámara de Oro, un premio que se le da a la mejor ópera prima del festival, de entre todas aquellas que se exhiben en Sección Oficial, la Quincena de Realizadores y la Semana de la Crítica.
Toda una hazaña, dirían algunos. No tanto, responderían otros, alegando que la veta del cine mexicano que narra la vida miserable de personajes idem, discriminados por su fisonomía indígena y parias de una sociedad clasista, tiene mucha aceptación allá. Por sus solas coordenadas, dirían, Año bisiesto alimenta esa veta. Dirigida por Michael Rowe (australiano con nacionalidad mexicana), la historia de una joven oaxaqueña residente en el df que compensa su desamparo con actos sexuales extremos, podría compararse con obras de Carlos Reygadas o Amat Escalante, hijos consentidos de la crítica francesa y presencias constantes en ese festival.
¿Tendrían razón los escépticos, y Año bisiesto es simplemente un relato sórdido más? Por muchas razones, no. Entre ellas, porque evita la categoría “mexicanos del inframundo”, y le da a su protagonista, Laura, una profundidad psicológica ausente en esos otros retratos. Si bien su raza y su estrato social juegan un papel en la historia, no son, en sí mismos, la historia. Lejos de ser otro caso de fábula naturalista, con personajes cuyos destinos y temperamentos “les corresponden”, Año bisiesto libera a esos personajes de su estigma victimario. La ironía es que al hacerlo pone sobre la mesa un vicio social mayor: la práctica de un tipo de discriminación “aceptable”, que consiste en volver invisibles a personajes que, como Laura, no encuentran en el cine una justa representación.
No será esto lo que acapare la atención de la crítica; mucho menos lo que llame la atención del espectador. Sí, en cambio, el comportamiento sexual de Laura (Mónica del Carmen), una joven que descarga su libido masturbándose mientras espía a sus vecinos, o con hombres que lleva a su casa tras ligárselos en un bar. Laura deja ver que añora una relación; resiente el abandono de sus amantes ocasionales, quienes apenas terminan con ella, se visten y se van. A partir de que conoce a Arturo (Gustavo Sánchez Parra) vivirá lo más parecido a una relación amorosa: él la nalguea y le da cachetadas, ella se excita y le pide más. Entre una y otra sesión, platican de sus vidas y ven la televisión. Un día Laura revela que no es una masoquista más. Quiere su propia muerte, y, animada, le pide a Arturo que la ayude a ejecutar el plan.
Fuera de un entorno explícitamente sado (roles, disfraces y látigos), la violencia sexual consensuada es uno de los temas que más opiniones divide. Año bisiesto garantiza discusiones sobre la patología de Laura, las pistas sobre su pasado, el secreto que rodea a su padre, o sobre si Arturo, el amante, es más bien el personaje al que habría que analizar.
Quienes pongan la mira en otro aspecto de la película, verán que el tabú que en realidad expone es la actitud condescendiente y cursi con la que el cine mexicano cuenta historias de mujeres indígenas que van a trabajar a la ciudad. Ya sea jóvenes o mayores, las describe como flores del campo solo aptas para ser meseras, dependientas o nanas. Si, en cambio, son protagonistas de historias de superación, serán invariablemente encarnadas por actrices mestizas, de rasgos y figura “finos” –ya no se diga si, como en esta película, habrán de aparecer desnudas casi de principio a fin. Con su cuerpo sobrado en carnes, y rostro moreno y simple, Laura corta de tajo con el modelo de indigenismo light. Si eso no fuera bastante, se nos informa que es articulista de revistas de economía y negocios, tiene celular y laptop y transcribe grabaciones del inglés al español.
Sobra decir que en el México real, mujeres con su perfil son legión. Si una precisión así puede sonar, de tan obvia, racista, cómo explicar su ausencia en el cine mexicano “vendible” y el trabajo que le costó a Rowe –tema para otro ensayo– defender su elección de actriz.
Por último, aunque se trata de lo principal, el tema de la “clase invisible” se asoma bajo compulsión de Laura por inventarse una vida sofisticada y cosmopolita, el rechazo que le provoca una chica que “por estar medio güerita, ya se cree la gran cosa”, y su decisión de no regresar a Oaxaca por ser “un pueblo bicicletero”.
Si es cierto que algunas películas sobre el destape de cloacas sociales ya se consideran clásicos (Los olvidados, Amores perros), hay otras que se conforman con ser muestrarios de jodidez. Es pronto para saber si Rowe ha inaugurado un tipo de cine centrado en personajes socialmente marginados, pero con opciones de vida y libertad de pensamiento y acción. En cualquier caso, Año bisiesto los retrata sin miedo ni condescendencia. En ese retrato –y no en las nalgadas– radica su trasgresión. ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.